La concepción de “educación especial” en Chile, que comenzó con la reforma educacional de 1928 enfocada en niños con discapacidad intelectual, ha evolucionado para abarcar diversas condiciones del neurodesarrollo como el Trastorno del Espectro Autista (TEA) y los trastornos del lenguaje, siendo estas áreas relevantes en términos de matrículas en el país.
Uno de los aspectos más relevante de este sistema, es la intervención temprana para niños cuyo acceso en el sistema de salud no es suficiente o no cuentan con los recursos económicos para ello, ya que este tipo de educación es completamente gratuita y podría ser la única posibilidad del estudiante de tratar su condición.
Sin embargo, cuando los niños superan la etapa de educación especial y deben transitar hacia el sistema educativo regular, el desafío para una inclusión efectiva se vuelve evidente, ya que el sistema de postulación a colegios municipales o subvencionados mediante el «sistema de ruleta» no siempre garantiza que los padres obtengan el lugar en su colegio de preferencia a pesar de “garantizarse” el apoyo educativo adecuado para sus hijos.
La importancia del aporte estatal en los establecimientos de educación especial es que estos brindan tratamientos y apoyo que muchas veces la salud pública no ofrece. Pero en ocasiones podrían ser infructuosos si no se da continuidad a las necesidades de los niños en su ingreso a la educación regular, especialmente cuando los planes de inclusión no están fuertemente integrados a la formación de profesionales capaces de desarrollar currículos inclusivos en el aula regular desde lo desarrollado en la educación especial.
Es urgente que el sistema educativo chileno se nutra con las herramientas necesarias para mejorar las prácticas inclusivas. El desafío no radica únicamente en los marcos legales, sino en la consolidación de estrategias que permitan avanzar hacia una sociedad y educación más inclusivas, y un paso para lograrlo es poder fortalecer la formación de los educadores y promover una educación inclusiva que no solo acompañe los diagnósticos, sino que también propicie un ambiente de aprendizaje enriquecedor para todos los estudiantes, educadores y las familias.
Los educadores, así como los padres, deben estar informados sobre las condiciones del neurodesarrollo para que puedan apoyar de manera más efectiva el aprendizaje de sus hijos, especialmente en los primeros años escolares, etapa crucial para el desarrollo cognitivo y desde dónde pueden adaptar sus propios conocimientos a las necesidades de sus hijos e hijas.
Claudia Figueroa
Académica de la Faculta de Ciencias de la Rehabilitación
Universidad Andrés Bello